A veces para manifestar admiración y afecto hay quienes reparten la frase “no cambies nunca”. Hubo un momento de mi vida cuando me parecía una expresión genial porque reflejaba un anhelo de preservar los buenos ratos con los amigos, de que algo precioso se mantuviera intacto. No obstante…
ahora que me encuentro en el presente, algunos miles de kilometros más tarde, percibo que cambié y que eso es necesario, pues de otro modo mi resistencia a adaptarme a las transiciones o aprender para resolver un aparente dilema me habría dejado estancado. Incluso tal renuencia podría haberme costado algunas oportunidades y giros saludables.
El cambio no detiene su marcha pero los buenos recuerdos quedan, de modo que hay un sentimiento que regresa. Todo se transforma: nos cambia la apariencia; ganamos kilos; tal vez muchas de nuestras viejas ideas se fueron volando como las hojas que se le caen a los árboles; y quizás acumulamos volcamientos y percances en las carreteras del amor; pese a ello, y bajo la condición que el corazón siga latiendo (¡pos claro!), es factible que volvamos a sentir lo que nos dejó alguien.
En conclusión, eso de “no cambies nunca” está bien que se lo digan entre sí las momias, porque esas quieren permanecer con el “cutis intacto” para el resto de la eternidad. Por ejemplo, eso es lo que le decía el sacerdote del antiguo Egipto Imhotep a su amada Ankhesenamon y miren cómo quedó el pobre:
(Créditos: foto tomada de best-horror-movies.com)
Deja una respuesta