Un museo es un lugar al que vamos para contemplar objetos e imágenes que corresponden a etapas de la humanidad que fueron superadas hace mucho tiempo. Ahí están los dinosaurios y los restos de alguna civilización importante: vestigios de fases históricas que no volverán a suceder (También ahí está mi querido amigo “El Hombre de Cro-Magnon” , como él tiene un “espíritu joven” se le concedió un salvo conducto especial para moverse entre el neolítico y la época moderna, pero eso es otra historia).
Eso de convertirse en un/a chic@-museo se aplica a personas que tienen fuertes apegos a afectos del pasado. Todos tenemos “buenos recuerdos” o heridas de lo que nos sucedió en algún momento. Sin embargo, el problema consiste en aferramos a esas memorias y usarlas para encerrarnos obsesivamente dentro de ellas, eludiendo así lo que de nuevo nos ofrece la vida.
En términos museológicos, hay gente que carga auténticos mastodontes que le dificultan relacionarse de una manera más fluida con personas con las que podrían iniciar algo diferente. Hay quienes deberían arrojar por la ventana el ‘pterodáctilo‘ que representa los aspectos más destructivos de una relación que ya no es más. A otr@s les sentaría de maravilla deshacerse de las lágrimas fosilizadas que acarrean y están resecas del todo.
Metafóricamente hablando, conservar esas ‘criaturas antediluvianas’ -esos recuerdos- en la habitación no es saludable. ¡Me daría miedo irme a la cama rodeado de reptiles gigantescos disecados que me observan con ojitos crueles! Tal vez la muy dramática cantante Lupita D’Alessio pueda pero yo no –si quieren saber más de ella y su relación con “La República del Drama” hagan clic aquí-.
Claro que los museos pueden ser útiles en la medida en la que nos permiten saber de dónde venimos, cuáles son los errores y los aciertos del pasado, lo que nos ayuda a reflexionar y construir mejores senderos para avanzar. Pero no conviene pasarse 24/7/365 en el museo porque hay un mundo para recorrer y disfrutar: ahí está el karaoke de la esquina; la panadería donde mi amiga Margarita “La Chica Intermitente” compra los bollos para nuestro “coffee break” de las tardes; el parque donde sale a trotar mi vecina Pirañita “La Mujer de las Mil Cirugías Plásticas”; etc.
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